Hay veces en que, por momentos, solo por pequeños momentos,dejo de creer.
Dejo de creer en el respeto, cuando países y países se van al traste, y unos pocos viven de lo de todos los demás.
Dejo de creer en la libertad; decisiones libre, pero opciones escasas y pésimas, y victorias que se consiguen a golpes.
Dejo de creer en el amor, cuando los besos se ruedan desde todos los planos, y la música irreal hace que te estremezcas de lo bonito que parece todo.
Dejo de creer en la humanidad, que se pisa a sí misma para alcanzar puestos más altos, y deja heridas abiertas que se desangran sin un remedio posible.
Pero luego me doy cuenta de que, en el fondo, todo puede siempre estar peor, y pienso que nada es tan malo; meses o semanas, poco importa el tiempo cuando hay turbación en el ambiente. No hay escape, pero, ¿quién se lo ha buscado? ¿Nosotros, ellos?
Hay veces en que, realmente, me siento artificial, o quizás será lo que me rodea, como si la naturalidad se hubiese perdido con la esperanza.
Tan artificial como la pintura verde y los lunares. Tan artificial como el teflón.
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