lunes, 3 de septiembre de 2012

Ingmártires



Saraband, la última película de Ingmar Bergman. 

Ayer la ví, y me pareció cruel, despiadada, pero, sobre todo, realista.

Por eso, aunque a veces me sature que pronostique las escenas, me gusta ver cine con mi madre, porque, como buena artista de teatro, le encanta reflexionar sobre lo que subyace dentro de cada personaje, entender su ira, su amor, su locura, y todas esas cosas que a mí se me pasan.
Como ese momento en que el viejo, entre paredes atiborradas de libros, de cultura, ridiculiza a la sangre de su sangre; la cara de más odio que había visto en mucho tiempo, aún tiemblo.

Una incongruencia; lo es que ese tipo con una mente dichosa, no tenga corazón. O al menos eso pensamos nosotras.

Anna. La más importante de la historia. Está muerta, y con ella, parte del resto de los personajes.
Henrik. Corine. Dos violonchelos, una pasión filial irracional, un desenfreno que les enloquece, una dependencia absoluta, total.
Ella no lleva sujetador, él se desvive por ella. Ella quiere irse, aunque teme la reacción de él.
Y razón no le falta, pues termina de volverse loco cuando ella está camino de Munich.
 Desgracias, desgracias, y más desgracias.

Y luego está Marianne, y el viejo, pero con lago en vez de mar.
Temor y amor. Discordia y ardor. Y un cuerpo arrugado desnudo, que se mete en la cama.
Él le dice que hace mucho que no hace manitas, ella se tortura esperando que pase un minuto más antes del reencuentro.
Pero, sobre todo, una redención: su lágrima, su de `él´.

Una declaración a cámara, y hasta dos,y tres.
Las cosa más curiosa de la película, en cuanto a realización, aunque creo que Bergman ya lo había hecho antes, en `La pasión de Anna; lo recuerdo porque nos pusieron una escena en clase como ejemplo de `aparte´.




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