miércoles, 5 de enero de 2011

¡Adiós, pequeña, adiós!

Tuvo miedo, un miedo pegajoso y palpitante, pero que desapareció unos instantes después. Corrió, se hizo veloz por unos instantes pero no dejó de pensar en que no podía levantar la cabeza, la habrían reconocido y sería todo una causa perdida.

Así, con la barbilla pegada a su esternón y los ojos fijos en las baldosas que pisaba, consiguió llegar hasta el extremo opuesto de la nave lateral, donde había otra puerta, otra oportunidad para salir.
Pensó en todo lo que habría acabado cuando atravesase el pequeño espacio que aún tenía por delante. Lo iba a conseguir, sí.

Pero entonces, una fría sospecha congeló por un segundo su corazón, tan pequeño y ya martirizado. El sobresalto de la duda fue letal, porque entonces algo le impactó en la nuca. Fue un segundo, pero el daño ya estaba hecho.
Dejó de entender entonces las consecuencias de su huida, las causas del desastre que lo había provocado todo.
Dejó de entenderse a sí misma, su propia existencia.
Dejó de ser sus pies y sus manos, su boca y su piel, sus tendones y su sangre.
Ahora ya no era nada, y quería irse de allí cuanto antes. Lo vio todo mucho más fácil. Su debilidad fortalecía su ímpetu, y quería pasar a la práctica, pero ya le era imposible, ahora solo era intención, una intención efímera pero que podría haber parado un ejército -no en este mundo ya, claro, en el onírico, en todo caso.

Se liberó de la fría sensación que le llegaba desde esa parte que tenía por detrás de aquella otra donde tenía aquello por lo que veía. ¿Era así cómo se decía? Ya no se concentraba, y no podía acordarse, claro, de los nombres de esas cosas que unos segundos antes la habían constituído. Sintió frío, pero fue una sensación extraña y única, era un frío tan intenso que hasta le quemaba, y notaba la sensación, que le gustaba, no era en ningún modo desagradable.

Y se sintió viva de nuevo, etérea, pero viva, más que los otros. Ya poco podría hacer para evitar que los secuaces de F siguieran extendiendo su territorio, pero al menos intentaría proteger a los de su bando.
Al fin y al cabo, tampoco había sido una incursión fatídica, ¿no?

Lo último en lo que centró su atención fueron unos ojos oscuros, viles, que miraban su herida mortal con un gesto de satisfacción. A pesar de lo que esa mirada había sido capaz de hacer, no sintió odio ni remordimientos. No, todo aquello era bazofia humana, y ella ya no podía pensarlo de esa manera. Le dirigió una mirada de compasión, y, rápidamente antes de salir de allí para siempre, le tocó la espalda. La forma humana se giró bruscamente, desconcertada y temerosa. Mientras, ella, ya deslizándose, se río de manera ingenua. La forma, quizá persona, corría hacía el altar, pero ya ni siquiera proponiéndoselo podría haberla visto.


¡Adiós, pequeña, adiós!

No hay comentarios: