sábado, 6 de noviembre de 2010

ella



La guerra no es un juego de niños, pero parece que nadie se lo llegó a decir nunca a esta pequeña.

Su abriguito es de un color rojo apagado, totalmente simbólico. Adquirió una gran trascendencia, a pesar del papel anónimo que interpreta la niña en la película – La lista de Schindler- , por ser el único elemento coloreado en un rodaje primordialmente en blanco y negro.

El rojo es el color de la sangre, que además, inicia y termina la vida, como ocurre en el terrible holocausto del que, al igual que esta niña, millones de judíos inocentes fueron víctimas. Es un color con mucha fuerza, pero que aquí parece haberla perdido, agotado por una incesante lucha que nunca parecía parar; es un color que simboliza la condescendiente actitud que tuvieron que llegar a asimilar los semitas, la imposibilidad de que se hiciese justicia, el peligro de ser diferente en un tiempo y un espacio cruel y destructivo, la angustiosa sensación desasosegante que se respira – casi mejor “que se inhala”- cuando las mujeres son mandadas a la ducha, cuando la luz de la vela que da inicio a la película se apaga, o cuando el niño da el paso al frente y culpa, inocente y a la vez tan lleno de coraje…

Y mientras tanto, mientras todas estas cosas terribles se sucedían, la niña de la imagen, ajena a todo y tan llena de ese entusiasmo infantil tan característico (y poderoso), sale a la calle y corre, sin temor, pasea entre los oficiales nazis y no le importa porque no sabe quiénes son ni que cosas- capaces de helar la sangre- podrían llegar a hacerle. No lleva ni siquiera el brazalete porque, para ella, la vida es un juego, un juego de guerra en el que ni siquiera debería haber tomado parte.

1 comentario:

Demián dijo...

Reflexión interesante y ¡qué bien llevada!
Rojo: vida, fuerza, entusiasmo.
Buen post.
Un beso